Nuestra historia es una historia normal, de dos personas que tras unas cuantas vueltas en la vida se terminan encontrando. Pasa el tiempo y deciden que quieren dar el gran paso, deciden ser papás, y es entonces, cuando se dan cuenta de que ese camino tan sencillo y bonito, en realidad no lo era tanto.
Tras algo más de un año comprobando que por medios naturales ese deseado embarazo nunca llegaba, comenzamos a inquietarnos. Unos análisis y una cita en el especialista de la seguridad social para confirmar todas nuestras sospechas: algo no iba bien.
Irremediablemente, y aunque fuésemos esperando malas noticias, el primer “palo” siempre es doloroso. La reserva ovárica de mi mujer no podría estar peor, y mientras íbamos asimilando e intentado comprender lo que sucedía, sonó una palabra; en aquel momento no tuvo mucho peso, pero más adelante marcaría nuestro sino : “ovodonación”.
Si algo me quedó claro tras aquel primer jarro de agua fría, era que el tiempo corría en nuestra contra, y aunque la seguridad social nos daría nuestra oportunidad más adelante, esa misma tarde fuimos a una clínica privada de la zona buscando nuevas impresiones de otros especialistas en la materia.
El veterano médico, nos atendió amablemente, y tras leer nuestros informes, nos dijo exactamente lo mismo que durante la mañana :
-Nada es imposible, pero lo tenéis mal para ser padres por vuestros propios medios.
En aquella clínica hicimos nuestro primer tratamiento de infertilidad, intentando una estimulación ovárica. Tras las semanas de medicación de mi mujer, el único maltrecho folículo que aparecía en las ecografías, dejó de crecer a los pocos días, y toda la ilusión con la que comenzamos nuestra infértil andadura, se desvaneció sin más. Quizá fue en aquel fatídico momento en el que fuimos realmente conscientes de que el camino para ser papas, no sería precisamente de rosas.
Allí mismo nos volvieron a explicar que seguramente, la ovodonación, fuese la solución a nuestro problema. Pero llegar a la aceptación de que tu hijo no tendrá tus genes, requiere un proceso para el que nadie, de buenas a primeras, está preparado. Pensamos que con tanto avance médico, solo era cuestión de seguir intentándolo.
Nuestra opción en la seguridad social seguía vigente. Unos meses más tarde, llegó esa llamada del prestigioso hospital valenciano de la Fe. De allí todo el mundo hablaba maravillas, y su estadística era la mejor de todas en cuanto a tasas exitosas de fecundidad. Pero tras unas cuantas visitas, nos cerraron la puerta sin más, sin ni siquiera hacer un intento de estimulación y sin más explicación, de que nuestros valores hormonales eran demasiado bajos. No entrábamos en su baremo.
Entonces comprendes rápidamente, que tener las mejores tasas de éxito, solo depende de elegir a los pacientes con mayores probabilidades de obtenerlas, y desechar a los demás.
De este segundo intento salimos de nuevo maltrechos, pero nos sirvió para asimilar nuestra realidad, o al menos, parte de ella. Empezamos a investigar a fondo sobre la ovodonación. Leímos mil testimonios de gente que había pasado por ahí. Sopesamos pros y contras. Y sobre todo, hablamos mucho entre nosotros. No fue fácil tomar esa decisión, aunque yo ya lo hubiese hecho meses atrás.
Fue en ese preciso instante, en el que empiezas a tener todo claro, pero te falta ese último empujón, cuando fuimos a parar a la Clínica In Vitam, recomendados por una amiga que había vivido una situación similar.
En esa primera entrevista con la médica y la bióloga, Jana y Ariadna, expusimos nuestro caso, y entonces nos sentamos a escuchar sus opiniones al respecto y como planteaban allí el tema de la ovodonación. El escepticismo se fue perdiendo, y la oscura incertidumbre que acompañaba este asunto hasta la fecha, se tornaba en una brillante luz por momento.
Aunque nunca habíamos estado solos en esto, encontramos en nuestro equipo médico un calor humano y una complicidad profesional que necesitábamos ambos para dar este paso tan importante. Por fin, comprendimos juntos, que sería mucho más importante el vínculo que tendríamos con nuestro hijo algún día, que si nuestra carga genética era la misma o no. Comenzaba una nueva etapa para nosotros, y por primera vez, la estadística estaba de nuestra parte.
El proceso fue muy bonito y emocionante. Encontramos a nuestra donante, obtuvimos una buena cantidad de ovocitos, y después de embriones. La transferencia era inminente y por fin, todo iba sobre ruedas!!!
Los días pasaban y nosotros seguíamos en nuestra nueva nube. Aquella primera beta fue positiva, y por fin, tras un intenso viaje parecía que llegábamos a nuestro destino. Estuvimos embarazados y la sensación fue maravillosa. Pero ya sabéis como es la vida, que cuando crees que tienes todas las respuestas, llega y te cambia todas las preguntas. Tras unas semanas de felicidad mi mujer tuvo un aborto, y todo se tornó oscuro de nuevo.
El golpe fue muy duro, y nos costó entender porqué también nos pasaba esto a nosotros, e inevitablemente volvieron esos miedos que meses atrás abandonamos al comenzar este nuevo tratamiento. Pero había que seguir intentándolo, y por suerte teníamos más embriones congelados para transferir. Nuestro equipo médico aunque siempre había sido realista, se mostraba optimista, y tras un tiempo prudencial volvimos a la carga con esa segunda transferencia.
La segunda beta fue negativa, y entonces tuvimos que hacer un alto en el camino y parar el proceso. El desgaste físico y mental era importante en nuestra pareja, y aunque teníamos embriones congelados para un nuevo intento no estábamos preparados.
En la clínica nos habían ofrecido siempre un apoyo enorme, pero en ese momento necesitábamos ayuda profesional, y también allí encontramos la solución. Conocimos a Bea, la “coach” de In Vitam. Estuvimos varios meses trabajando con ella y preparándonos para esa última transferencia. Personalmente me sorprendió lo mucho que se puede aprender de una persona en tan poco tiempo, y como, enseñándonos a usar nuestras propias herramientas, fuimos capaces de cambiar la perspectiva de todo. Fue un acierto total recurrir a ella.
Nuestro último cartucho era esta tercera transferencia, y al igual que antes no estuvimos preparados, llegamos a ella con las pilas cargadas anímicamente. Habíamos hecho un buen trabajo de preparación, y se notaba. La beta fue positiva, pero muy bajita, y se produjo el aborto bioquímico.
La pena nos volvía a invadir, y con ella la incertidumbre. La seguridad que obtuvimos de que seríamos papás cuando decidimos optar por la ovodonación se tambaleaba peligrosamente. La estadística ya no jugaba a nuestro favor. No llegábamos a comprender que había podido fallar.
Así que de nuevo nos tomamos un tiempo de descanso, unos meses para vivir y rearmarnos física, mental y económicamente, y pensar cual sería nuestro siguiente paso y cuando lo daríamos.
En este tiempo nuestra familia, desde su desconocimiento y con la mejor de sus voluntades, nos planteaba el cambiar de clínica. Ya sabéis que todo el mundo tiene un amigo o conoce a alguien que le ha ido muy bien en tal sitio, y demás parafernalia… pero nosotros teníamos claro que seguiríamos en In Vitam. Nuestro equipo estaba allí, y allí queríamos seguir luchando. A pesar de los malos resultados, habíamos tenido tiempo de conocernos, y valorar a la gente con la que estábamos trabajando tal cual se merecía.
Y con ellas, con Jana y Ariadna, volvimos a preparar todo para comenzar con un nuevo proceso de ovodonación. Hicimos varias reuniones e intentamos comprender qué pudo haber fallado antes, y planteamos posibles soluciones. Recurrimos a una inmunóloga por tener más impresiones. Y cuando nos sentimos preparados, nos cogimos fuerte de la mano, y empezamos de nuevo.
Teníamos una nueva donante, y todo el proceso volvió a salir bien. Un buen número de embriones nos hacían ilusionarnos de nuevo, aunque reconozco que a estas alturas todo se vivía de un modo distinto por nuestra parte. Llegó la cuarta transferencia, y pasados unos días los resultados de la beta: 124,21… ¡¡embarazadísimos!!
Definir este momento es demasiado difícil. Vuelves a sentir una emoción tremenda, pero nuestra mochila ya pesaba demasiado, y la prudencia estaba siempre presente. Intentamos estar tranquilos, pero era imposible.
A las varias semanas, estando en el trabajo, recibí la llamada de mi chica diciéndome que manchaba abundantemente. Fuimos a urgencias al hospital, y nos dijeron que el pequeño embrión parecía desestructurado y que seguramente volveríamos a abortar en unos días.
La historia volvía a repetirse, y ya no encontraba dónde agarrarme para seguir hacia delante. A los tres días se repitió el manchado, y con la mayor de las penas volvimos a urgencias, esperando que nos confirmasen que todo había acabado. Para colmo, no me dejaban acompañar a mi pareja en este mal trago, y aquellos minutos esperando verla aparecer fueron una eternidad.
Pensaba que nada podía ir peor, y por primera vez, desde que comenzamos con los tratamientos médicos para intentar ser papás, no sabía qué íbamos a hacer, ni cuál sería nuestro siguiente paso. Pero el destino es caprichoso, y parece que hasta que no llegamos a tocar fondo no quiso darnos un respiro.
La puerta se abrió y en lugar de mi mujer salió una enfermera invitándome a pasar. Me preocupaba por cómo estaría mi niña. Al entrar jamás hubiese adivinado lo que me esperaba. Las palabras de la doctora fueron:
– Todo está bien, parece que hay un hematoma, pero su corazón late correctamente.
Incrédulo miré a mi mujer que emocionada asentía con la cabeza. Entonces otro médico mostrándome el monitor activó el sonido, y se escuchó el latido de aquel pequeño corazón. No sabría describir aquel momento con palabras, pero estoy seguro de que aquel zumbido llegó donde nada antes había llegado dentro de mí.
Totalmente en shock salimos de allí, incapaces de decirnos nada, simplemente mirarnos, reírnos y llorar emocionados. Éramos conscientes de que seguía habiendo riesgo, pero también éramos conscientes de todo lo que había costado llegar de nuevo a estar donde estábamos, así que decidimos intentar disfrutar del momento y dejar los temores atrás.
Las semanas fueron pasando, y esa mochila que llenamos de fantasmas y miedos durante tanto tiempo de fracasos y decepciones, fue perdiendo peso al tiempo que lo ganaba nuestra pequeña en la tripita de su mamá.
No dimos respiro a la angustia, y vivimos el embarazo como lo que es, algo maravilloso. Por fin, había llegado nuestro momento.
Hoy hace once días que nació mi hija. La tengo a un metro de mí, durmiendo en su cunita, y solo tengo que inclinarme un poco para verla, y entender, que todo este tiempo de lucha, todos los fracasos acumulados, todas las lágrimas vertidas, todos los porqués sin respuesta que hemos vivido, todo lo que hemos sufrido durante estos años, ha valido la pena. Una sola de sus sonrisas es capaz de aliviar toda esa carga en un instante y llenarnos de felicidad.
Tuvimos la suerte de encontrar un equipo con el que afrontar esta lucha, un equipo de profesionales, pero sobre todo un equipo de personas que hemos sentido junto a nosotros en todas las batallas que hemos librado.
A todos los miembros de In Vitam: Gracias por haber estado siempre ahí, y por hacernos creer que este momento llegaría.